Lo más difícil es que sea invisible. Probablemente lo más complicado
para poder relacionarse con los demás de un modo “Normal” es que nadie pueda
notar qué te está pasando por dentro. Desaparecer sin que nadie lo entienda. Tener
una crisis por tener que hacer o recibir una llamada. Acostarte casi todo el día
previo a una quedada… Y aún así que llegue el momento de ver o hablar con
alguien y decirle “estoy bien”.
Este último año que acaba de terminar ha sido un año de
muchos “estoy bien”, “voy bien”, “poco a poco”, que ocultaban debajo una
realidad muy diferente.
No es que mienta. No se trata de eso. Realmente piensas que
estás bien porque estás y, jolin, eso es un gran qué cuando tu cerebro te
intenta convencer constantemente de que estás demasiado cansada para seguir.
Y quedas con gente y te ríes y pasas un buen rato y luego,
al día siguiente, estás agotada y no entiendes por qué, ya que al resto del
mundo seguro que le ayuda mucho despejarse, distraerse, pasar esos buenos ratos.
Seguro que les recarga a tope las pilas. Pero no a mí. Creo que sí mientras los
vivo, ojo. Salgo contenta de esos momentos. Incluso si estoy con fuerzas los
busco para ver de cuál de ellos salgo ya disparada hasta una nueva pantalla y
me paso este monstruo que me tiene anclada constantemente al mismo punto del
videojuego.
A veces pienso que me gustaría hablarlo, pero no puedo. Empiezo
a llorar y no quiero seguir llorando. Estoy muy harta de llorar. Sin embargo,
es como que para hablar de cómo estoy de verdad no pudiera hacerlo sin que mis
ojos se rebelen en una llantera imparable.
Pienso además que para los demás debe de ser muy incómodo.
Estar junto a alguien que un rato antes ha estado hablando contigo tan normal y
de pronto se rompe como una hoja. ¿Qué sentido tiene?
Pero lo tiene. Tiene sentido, aunque no se ve.
Dentro hay un vacío. Es como un pozo enorme que se agranda y
agranda y te tiene ya entre una pared y su agujero sin fondo. Haces
equilibrios, te pones de puntillas, de lado, te agarras de los ladrillos… pero
el suelo es cada vez más blando y notas como te absorbe.
Y sabes que aun con todo “estás bien”, “va todo bien” como
le dices a todo el mundo porque no quieres caerte dentro. Nadie más que tú
sabes el mérito que tiene “no querer” caerse dentro. Pero te desgastas, te
agotas, intentando no hacerlo.
Tu cuerpo no da para más y te mente tampoco y cuando te
quedas sola, el 99,9 % del tiempo, sólo quieres descansar. Tumbarte en la cama
y pensar que no puedes más, que quieres un ratito de calma total por fin.
A veces este pensamiento también es una trampa. A veces
empiezas a estar tan tranquila en tu cama, en tu descanso, que tu cerebro te
dice que ojalá pudieras estar así, descansando para siempre porque la vida es agotadora.
Pero ahí toca ver el pozo. Son las voces que de él salen las que te llaman y no
puedes dejar que te convenzan. Toca recordar que la vida es cansada. Más para
ti sí. Pero es así. Y seguro que hay momentos que te valen la pena y razones
para que, de tanto en tanto, te levantes y eches un rato de charlas o de risas.
¿Y cómo se lo explicas a la gente? No se lo puedes explicar.
Sólo pedirles que te dejen reír de vez en cuando para tener un motivo por el que
salir de la cama. Sólo pedir que no juzguen para que puedas seguir siendo
funcional en lo posible. Que te dejen reír, hablar, leer, hacer, no hacer,
llorar, dormir… Sólo que dejen que existas, a tu manera. Con tu pozo siempre
acechando y tus voces en la cabeza. Esperando, fíjate que curioso, que siga el
pozo ahí, más pequeño sí, más lejos sí, más callado sí, pero que siga para que
no lleguen las otras voces, las que te hacen creerte un superhéroe, las que te
hacen que te arriesgues, que creas ensoñaciones, que intentes hacer posible
imposibles que se te llevan cada vez un poco por delante a base de poner tu
vida en riesgo para sentirte cada vez más vivo.
Y así acabó mi año. Un poco cansada sí pero con la fuerza de
pedirle al 2023 que todo cambie un poquito y que pueda sentirme un poco mejor. No
está en mi mano, eso es algo que nadie entiende, o al menos no está en mi mano
como todo el mundo cree. Pero sí hay pensamientos, ideas y tretas que puedo intentar
poner en marcha cogida a mi medicación para intentar alejarme un poquito, poco
a poco, del pozo. Es mi propósito de 2023. No olvidarme de eso. Poner en
práctica, cuando tenga fuerzas y ganas, esos trucos que sabemos que funcionan y que aunque
haya que probar 20.000 veces al final derrotan al monstruo y te permiten pasar
de pantalla.
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